Copy Paste Ilustrado Viernes, 13 marzo 2015

La Inquisición de Lima o los problemas cuando una religión gobierna un país

Ricardo Palma

Ricardo Palma, autor del libro.

 Contexto del huaqueo: Este libro comenzó como una serie de entregas que realizó Ricardo Palma a un periódico de Chile en 1861 y se convirtió en un pequeño texto histórico en 1863. Para lograr juntar toda la información sobre la Inquisición de Lima y sus atrocidades, Palma revisó documentos históricos en cuatro idiomas y en varios países del mundo; ya que el día que fue declarada abolida la Inquisición de Lima, ésta fue destruida por los peruanos y la mayoría de sus registros se perdieron. En estos fragmentos que ofrecemos a continuación, existen reflexiones aplicables a nuestra actualidad.

[Del libro Anales de la Inquisición de Lima de Ricardo Palma. Lima, 1863] Las letras y títulos en negrita son culpa del huaqueador.

LA INQUISICIÓN DE LIMA DECIDÍA SOBRE TU VIDA

La Inquisición era, propiamente hablando, un Estado en el Estado. Poesía como el un Ejército; pero un ejército anónimo, oculto, invisible, impalpable, llamado la Santa Cruzada. La Santa Cruzada, milagrosamene esparcida por donde quiera, era una pupila y un oído abiertos en todas partes, por donde la Inquisición, presente y atenta a cada momento sobre todos los puntos del espacio, podía verlo todo y oírlo todo a un tiempo. Estaba aquí, allí, en el aire, en la sombra invisible, desconocida, dándoos la mano y haciéndoos traición en un beso.

No podiais andar, vivir, hablar, dormir, sin tener a vuestro lado la Inquisición. Estaba a vuestra puerta, a vuestra mesa, en vuestro hogar, en vuestro lecho, espiando vuestra vida, vuestra comida, vuestro sueño, vuestra respiración. Tomaba para eso la figura de vuestra padre, de vuestro hijo, de vuestro hermano, de vuestra esposa, de vuestro vecino, de vuestro amigo. Leía vuestro libro con vos, detrás de vos, hojeaba en vuestra mesa al mismo tiempo que vos la página más secreta de vuestro pensamiento. Recogía en el viento sobre vuestra huella la más ligera palabra. No podiais interponer entre ella y vos ningún mar, ninguna distancia: os seguía, compañera invisible, de ola en ola y de sol en sol. Cuando una escuadra se aparejaba, llevaba a bordo la Inquisición. Cuando en una colonia saltaba a tierra un regimiento, allí desembarcaba también un inquisidor.

La Inquisición perseguía, ya lo hemos dicho, la independencia del pensamiento, que ella llamaba herejía. ¿Pero qué era la herejía? Ella escapaba a toda especie de definición. No era uno hereje solamente por haber negado, rechazado alta y explícitamente la doctrina o la autoridad de la Iglesia; por haber abjurado de sus prácticas, haber descartado el confesionario, rehusado la confesión, burlándose de sus misterios, predicado contra la presencia real de Dios en la hostia o cualquiera otra verdad del catolicismo.

¡No! La Inquisición era infinitamente más refinada que eso en materia de ortodoxia. Ella tenía mil herejías ocultas en las sombras de sus venganzas. Sin embargo, a pesar de su piadosa habilidad en la superchería, la Inquisición no siempre lograba comprometer al acusado por sus propias confesiones. La Inquisición invocaba entonces su último recurso, llamando en su auxilio la desposición de la carne quebrantada por el sufrimiento. Empleaba la tortura.

Torturaba tan frecuentemente y tan largo tiempo como quería, sólo que, antes de despedazar en nombre de Cristo, los músculos de otro cristiano extraviado o calumniado, calmaba previamente su conciencia con esta declaración: -«Ordenamos que la dicha tortura sea empleada de la manera y durante el tiempo que juzguemos conveniente, después de haber protestado, como protestamos, que en caso de lesión, de muerte o de fractura, el hecho no podrá imputarse sino al acusado«.

Inquisición

ALGUNOS TORTURADOS POR LA INQUISICIÓN Y LA IGLESIA Y SUS MOTIVOS

  • Francisca Andrea de Benavidez, de 60 años, mulata, limeña y cocinera. Hacía conjuros con las hojas de Coca para que los pulperos ganasen en su comercio y las mujeres tuviesen buena suerte. Doscientos azotes la curaron de su locura y terminó su vida en la prisión de Valdivia.
  • Lorenza Valderrama, mestiza, casada, limeña y de 40 años. La acusaron de pacto con el maldito y de enseñar a las mujeres el uso de la piedra imán. Por tan inocente habilidad sufrió seis años de destierro.
  • Juan Gonzales de Rivera, mestizo, limeño y de 26 años. Fue acusado de pacto con el demonio y de haber vivido en tribus de indios infieles usando como ellos la tuniceta azul, manta roja, arco y flechas y casándose con tres mujeres idólatras, renegando del bautismo. Tenía lo bastante el mocito para dar con sus huesos en el quemadero; mas tuvo el buen sentido de confesar en la rueda cuanto le preguntaron y por esto, después de abjurar de vehementi, pasó tres años cortando piedras en la isla de San Lorenzo.
  • Petronila Guevara, llamado la Cimbradora, era nacida en Lima y de 70 inviernos. Mujer que tiene la desvergüenza de cumplir y confesar ese respetable guarismo no puede ser sino bruja. La acusaron de que evocaba al diablo cojuelo. Fue paseada con coroza y a medio vestir por las calles; y aunque por su larga facha escapó del rebeneque no por eso dejó de ir a morir a Valdivia.

 

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¿Más historias sobre la Inquisición de Lima? Aquí tenemos un texto sobre sus orígenes en el Perú y sus consecuencias.

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